Desde hacía mucho tiempo lo estaba pensando, dándole vueltas a la cabeza, tratando de encontrar la mejor manera de hacerlo.
En realidad no quería hacerle daño; llevaban juntos siete años y la quería; no como debiera, no como él pensaba que debía quererla, pero la quería.
En realidad no quería hacerle daño; llevaban juntos siete años y la quería; no como debiera, no como él pensaba que debía quererla, pero la quería.
Le tenía cariño, aprecio; era buena persona, una buena mujer.
Al principio todo era fantástico y rápido; podían pasar juntos todo el día, todos los días, y cada segundo separados se convertía en mucho tiempo. Le encantaba su forma de reírse, el sonido de su risa, su forma de alzar una ceja entre extrañada y divertida cuando una respuesta suya sonaba con un tono falsamente enfadado (en verdad era extraño y falso). Le parecía que su ojos tenían un brillo especial, único, y que también reían, aunque estos sin sonido. Le volvía loco su olor, un olor suave, pero a la vez intenso. Podía pasarse horas abrazado a ella besándola por todo el cuerpo, oliéndola.
Poco a poco todo fue cambiando hasta que un día, ahora no recuerda exactamente cuando, ni cuando se dio cuenta, ni se había sido un día, o dos,..... hasta que de repente su vida se convirtió en anodina, monótona y empezó a sentir una especie de vacío en su pecho y en su vida; notaba que algo faltaba y estar con ella ya no lo tranquilizaba como antes, ya no desvanecía aquella sensación. Más al contrario, cuando estaba a su lado el vacío era más grande y presente.
Había tratado de decírselo muchas veces, aprovechando una cena a solas, como respuesta a preguntas de futuro, en el transcurso de una discusión. Pero nunca había tenido la valentía para afrontar ese momento; su cobardía le impedía dejarla. Empezó a pensar que lo mejor sería forzar que ella le dejara a él, tratar de minar su amor lo más suavemente posible hasta que se acabara, pero no le convencía la idea de prolongar tanto la agonía, el sufrimiento, el vacío, y dejarle, además, sentimiento de culpa. Pensó entonces que lo mejor era que le odiase, que pensara que era despreciable; sí, sí, tal vez así el dolor sería como arrancarte un esparadrapo de la canilla, no te mata, duele un poco, pero es rápido, enseguida se pasa y se olvida. Sí, esa era la solución. Debía desengañarla de una sola vez. Pero cómo?. Pensó en propiciar que le viera en algún lugar besando a otra mujer o abrazado a ella, pero aún estaban casados y no podía evitar un profundo sentimiento de culpa (culpa cristiana culpa y reminiscencia de su educación férreamente religiosa). Por otra parte, la conocía bien y eso así, sin más, la haría dejarlo, pero la hundiría durante mucho tiempo, uniría al dolor por la ruptura, seguramente tras el, el dolor por el fracaso y la autotortura de la baja autoestima.
Al principio todo era fantástico y rápido; podían pasar juntos todo el día, todos los días, y cada segundo separados se convertía en mucho tiempo. Le encantaba su forma de reírse, el sonido de su risa, su forma de alzar una ceja entre extrañada y divertida cuando una respuesta suya sonaba con un tono falsamente enfadado (en verdad era extraño y falso). Le parecía que su ojos tenían un brillo especial, único, y que también reían, aunque estos sin sonido. Le volvía loco su olor, un olor suave, pero a la vez intenso. Podía pasarse horas abrazado a ella besándola por todo el cuerpo, oliéndola.
Poco a poco todo fue cambiando hasta que un día, ahora no recuerda exactamente cuando, ni cuando se dio cuenta, ni se había sido un día, o dos,..... hasta que de repente su vida se convirtió en anodina, monótona y empezó a sentir una especie de vacío en su pecho y en su vida; notaba que algo faltaba y estar con ella ya no lo tranquilizaba como antes, ya no desvanecía aquella sensación. Más al contrario, cuando estaba a su lado el vacío era más grande y presente.
Había tratado de decírselo muchas veces, aprovechando una cena a solas, como respuesta a preguntas de futuro, en el transcurso de una discusión. Pero nunca había tenido la valentía para afrontar ese momento; su cobardía le impedía dejarla. Empezó a pensar que lo mejor sería forzar que ella le dejara a él, tratar de minar su amor lo más suavemente posible hasta que se acabara, pero no le convencía la idea de prolongar tanto la agonía, el sufrimiento, el vacío, y dejarle, además, sentimiento de culpa. Pensó entonces que lo mejor era que le odiase, que pensara que era despreciable; sí, sí, tal vez así el dolor sería como arrancarte un esparadrapo de la canilla, no te mata, duele un poco, pero es rápido, enseguida se pasa y se olvida. Sí, esa era la solución. Debía desengañarla de una sola vez. Pero cómo?. Pensó en propiciar que le viera en algún lugar besando a otra mujer o abrazado a ella, pero aún estaban casados y no podía evitar un profundo sentimiento de culpa (culpa cristiana culpa y reminiscencia de su educación férreamente religiosa). Por otra parte, la conocía bien y eso así, sin más, la haría dejarlo, pero la hundiría durante mucho tiempo, uniría al dolor por la ruptura, seguramente tras el, el dolor por el fracaso y la autotortura de la baja autoestima.
Entonces se le ocurrió, sí, sí, era perfecto. Alguna vez en la oficina había hecho algo parecido, cuando su jefe le dejaba sobre la mesa expedientes con notas escritas en las que le detallaba las instrucciones, órdenes y siempre la fecha en que se lo encargaba. Lo había hecho entonces y la perplejidad que producía en el otro le hacía hasta olvidarse el motivo por el había ido a su mesa para reprocharle algo, normalmente la tardanza en cumplir sus ordenes. Sí, ya lo tenía, era complejo, enrevesado, pero lo tenía. Mañana mismo lo haría.
Al día siguiente, como siempre, ella se levantó antes que él, se metió en la ducha, preparó café, se lo tomó ante la tele viendo el telediario de la primera, se vistió, procurando no hacer ruido para dejarlo dormir un poco más, aprovechando que su trabajo quedaba cerca de casa, se acercó a la cama para darle, como cada mañana, un beso en la frente, cogió su bolso y salió para el trabajo. Apenas se cerro la puerta se levantó, se vistió y bajó al kiosco de la esquina a por el periódico; buscó en la dirección de contactos -....daniela, morena ardiente ,grandes pechos.....760 222 222- Llamó a Daniela.
Volvió corriendo a casa y cogió de su escritorio papel y una pluma que le había regalado por su graduación. Imitando su letra escribió: “Algo ocurre en casa, siguieres seguir ignorándolo todo no vayas a la hora de comer. Pero si no quieres vivir engañada, será mejor que empieces a quitarte la venda de los ojos y darte cuenta de lo que tienes delante”. Metió la carta en un sobre y fue a toda prisa hacía el edificio de oficinas donde ella trabajaba. Esperó en la esquina de la calle hasta que vio aparecer al repartidor de correos, arrastrando por el carrito donde llevaba la correspondencia. Se acercó corriendo a el -por favor, que más le da, si tiene que hacer entregas en ese piso....-
Regresó a casa, esta vez en autobús, tratando de aclarar y ordenar en su cabeza todos los detalles. Justo a la hora indicada apareció Daniela. Le costó un poco, pero consiguió que, aunque no lo entendiera hiciera lo que el decía, al fin y al cabo, le iba a pagar igual. En lo que esperaban a que fuera la hora de la comida, se preparó un buen güisqui -quieres uno, Daniela; no, gracias, no bebo cuando estoy de servicio-
Se metieron en la cama que previamente él había desordenado para que la escena fuera más real, más creíble, le pasó el brazo por encima y se hicieron los dormidos -..ni te muevas, Daniela-. La puerta de la calle se abrió suavemente, sin ruido; La oyó acercarse despacio y detenerse un rato, la sentía, ante la puerta del dormitorio. Entonces, despacio, el pomo giro y sintió abrirse la puerta. Respiró hondo y procuró no moverse, a pesar de que por dentro notaba una gran agitación y calor por todo su cuerpo. Estuvo allí parada un momento, aunque le pareció una eternidad, y después la puerta se cerró. No dijo nada, no lloró, nada. Oyó la puerta de la calle cerrarse.
Cuando salió a la calle, muy poco tiempo después, la vio dentro de una cafetería, en la otra acera. Estaba sentada ante una mesa cercana a la ventana, con una copa casi vacía delante. En la mano tenía la carta que él le había enviado y por su gesto supo enseguida que a lo mejor le odiaría, casi con toda seguridad lo dejaría, pero con total seguridad, en ese momento, ya no estaba pensando, ya no se estaba acordando de él.
Dedicado a Castigadora. Espero que no te moleste lo que he tomado prestado;